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Encendido: 16 septiembre, 2025 In: Sin categorizar, The ASEPROCE Insights

Nunca imaginé que llegaría el momento de escribir sobre la partida de Juan: mi amigo, mi confidente y mi guía durante 28 años. Desde aquel primer encuentro nació una amistad instantánea.

Juan vivió intensamente. Cada experiencia, incluso las más duras, le dio una mirada más amplia y profunda sobre la vida. El día antes de firmar un contrato con CLS en 1991 sufrió un terrible accidente de coche entre Málaga y Madrid. Pasó un año en el hospital y otro entero de recuperación para reaprender a caminar y desenvolverse. Aquella prueba, lejos de derrotarlo, forjó su carácter.

Al recuperarse, la confianza que su CEO, Vicente Roldán, tenía en él se materializó con su nombramiento como director de programas. Se casó con Julia, nació su hijo Íñigo, Javier venía de camino y compraron una casa en una buena zona de Madrid. Cuando su vida parecía tomar un rumbo estable, Juan y Julia aceptaron la oferta para hacerse cargo de la empresa y en 1998 pasaron a dirigir CLS. Juan entró en el Comité Directivo de ASEPROCE en el 99 de la mano de su gran amigo Juanma Elizalde, compañero inseparable de viajes, vacaciones y aficiones: las comidas y sobremesas interminables, los viajes, el arte y las canciones de James Taylor.

Nueva York era su ciudad favorita. Allí acompañaba a su grupo de Año Académico y tenía entradas para subir al World Trade Center la mañana del 11 de septiembre de 2001. Solo su poca afición a madrugar lo libró del atentado que cambió la historia del mundo. Como dicen en el béisbol, uno de sus deportes favoritos: “strike two”. Tampoco era aún su momento. Sus hijos eran pequeños, sus padres estaban en plenitud vital y le quedaba mucha historia por vivir junto a Julia.

Juan era brillante, inquieto, curioso y un conversador incansable. Le apasionaba debatir y llevarte la contraria hasta convencerte —o agotarte—. Cuatro años después del susto en Nueva York llegó el “strike three”: un diagnóstico de cáncer linfático del que, en aquella época, salían adelante muy pocos. Pero tampoco entonces era su momento.

Bajo su impulso, CLS creció y se consolidó como referente en programas académicos en EE. UU. La pandemia de COVID afectó a sus pulmones, pero ni siquiera eso frenó su empuje: la empresa siguió creciendo hasta que, finalmente, aceptó una buena oferta. Juan y Julia vendieron CLS y cerró su etapa profesional para centrarse en su familia.

Sus últimos años los dedicó por completo a Julia y a sus hijos, a “dejarlo todo atado y bien atado”. Construir experiencias con ellos se convirtió en su prioridad. Cumplió promesas: en 2018, en Canadá, me dijo que volvería con su familia hasta la costa de Nueva Escocia, y lo hizo.

Ni los accidentes, ni el cáncer, ni el mismísimo Bin Laden pudieron con nuestro amigo. Cumplió 61 años en agosto, pero su corazón parecía saber que no había nacido para hacerse mayor. Se aseguró de que sus hijos —que hoy siguen carreras implacables— tuvieran el futuro garantizado y dejó a su amada Julia patroneando el barco que juntos construyeron.

Hasta luego, compañero, maestro y amigo. Cuando me toque cruzar el Atlántico en viaje solo de ida, nos volveremos a encontrar. Es lo que tienen los supervivientes: nunca desaparecen.

Pablo Martínez de Velasco Astray, amigo íntimo de Juan y Presidente de ASEPROCE